Friday, March 8, 2019

CUANDO UN AMIGO SE VA



Nacemos y despreocupadamente vamos creciendo, con una sensación de inmortalidad, de que uno existirá para siempre. En ese recorrido vital vamos estableciendo amistades que nos conectan, nos acompañan, de alguna manera nos constituyen, porque nuestros amigos no son otra cosa más que nuestro yo extendido. Somos parte de ellos, somos gracias a ellos; su presencia, su cariño, su calor, la conexión con ellos, nos lleva a superarnos día a día, nos lleva a ser quienes somos.

La vida es un enigma lleno de alegrías y tristezas. Y un día repentinamente y sin ninguna preparación nos enfrentamos a la muerte de ese buen amigo; ese amigo que es parte de quienes somos, que ocupa un lugar especial en nuestro corazón, en nuestro imaginario mental, es parte central de nuestro paisaje afectivo. De alguna  manera su muerte se lleva algo nuestro, morimos un poco, será que quizás nos acercamos a nuestra propia muerte? 

Resulta difícil aceptar naturalmente la muerte de un amigo y sin embargo es resultado de la misma ley de vida que nos permite nacer. La muerte de ese buen amigo nos obliga a recorrer caminos no transitados de nuestra mente, nos impulsa a reflexionar sobre nuestras prioridades, revisar nuestro presente, y ahondar en esa falsa proyección que tenemos de la vida. Vivimos como si la vida fuera para siempre, sabiendo que no será así, y en muchas ocasiones nos postergamos por un mañana que no sabemos si existirá. 
 
Ese mañana es solamente un adverbio de tiempo, pero ese adverbio nos confunde y nos hace creer que siempre habrá tiempo para todo. Que es cuestión de organizarse, planear, proyectar, y que con nuestro plan bajo el brazo habremos de cumplir con todos nuestros objetivos y deseos en tiempo y forma. De esa manera estructuramos nuestra vida y nuestras relaciones, y nos estructuramos a nosotros mismos. 

Esa creencia de que la vida es perpetua, hace que nos demos el lujo de perder el tiempo con situaciones y relaciones que absorben nuestra energía vital, y les demos una importancia desmedida. Proyectarse, soñar, pensar en el mañana es propio de nuestra naturaleza, pero la muerte es también parte de ella, y si bien no sabemos cuándo, si sabemos con certeza que habremos de partir en algún momento. Cuan distinto sería nuestro comportamiento si realmente hiciéramos carne que la vida es ahora, y que ese ahora es efímero, que es solo un soplo de aire.

Qué hacer con nuestra bendita mente y nuestro corazón cuando nos toca enfrentarnos al dolor, al desconcierto de la muerte de un buen amigo. No hay receta para eso pero la vida nos impulsa a movilizarnos, a buscar dentro nuestro, a revisar nuestras prioridades, a identificar las cosas verdaderamente importantes, y ordenar la vida, como en ese domingo de invierno donde sobra el tiempo y uno ordena el cuarto. Elegir lo que habremos de seguir usando, desprenderse de lo viejo, de lo que sabemos no nos sirve, sacar el polvo viejo acumulado, y correr las cortinas, abrir las ventanas y dejar que entre nueva luz y un renovado aire en el cuarto.

Paradójicamente, la muerte de un amigo, solidifica el recuerdo de lo vivido con esa persona, lo magnifica, lo pone en un lugar de honor, donde como protegido en una cajita de cristal habrá de permanecer vivo, fuerte, presente para siempre, es decir para “nuestro” siempre. De esta manera, nuestro cerebro empieza como loco a buscar todos esos recuerdos, todas esas charlas, esos abrazos, esas conversaciones, esos sueños compartidos, y los visita una y otra vez, casi como queriendo que la escena no pierda brillo, no pierda sus colores ni su sonido, y mantenga su original intensidad…porque esa escena vive ahora solo dentro de uno.
   
Uno también se aferra al recuerdo de su voz y de su risa, y las evoca de manera intensa casi como haciendo fuerza para que no desaparezcan dentro de la mente, que no se pierdan en los recuerdos de uno. No sé porque será pero al evocar un amigo que se fue, al evocar su figura, siempre aparece primero su sonrisa, especialmente el brillo de sus ojos, su mirada...será porque la verdadera conexión de “las gentes” es a través de la energía de las miradas?  Frente a esa pregunta, creo que una simple reflexión nos permite concluir que sin lugar a dudas, la mirada y el abrazo de un amigo son puentes de energía inigualables.

Despedir a un amigo es muy triste, especialmente cuando su partida es abrupta, temprana…pero como la muerte no es otra cosa que el reverso de la cara de la vida, no nos queda más que aceptar esa transformación y conectarnos con la energía de la amistad que tuvimos la suerte de forjar.  Esa amistad, ese amor, va mas allá de lo medible con nuestros sentidos, es energía de vida; una energía que permanece en nuestra mente, se acurruca en algún lado de nuestro corazón, y se ilumina cada vez que evocamos a ese buen amigo.
 
Siempre nos quedan las cosas que nos hubiera gustado decirle, lo que nos hubiera gustado compartir, lo que nos hubiera gustado vivir juntos…pero todo eso resulta pequeño frente a lo ya dicho, compartido, vivido. Por eso debemos agradecer a la vida que nos dio la oportunidad de conocernos, de relacionarnos, de ayudarnos a ser quienes somos…y sin lugar a dudas algún día nos volveremos a ver…de otra manera, de otra forma, quien sabe…la vida y la muerte son dos grandes enigmas.  
 
Bariloche 8 de marzo 2019


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