Wednesday, May 29, 2019

Los Cristales del Desencuentro

Un escrito de hace un par de años que mantiene su vigencia...

Existen distintos cristales, diversos son los colores, los hay lisos, rugosos, bañados de filigrana, esmerilados, duros, frágiles, luminosos, opacos y también espejados.

La vida se manifiesta como una constante dinámica de interacciones entre estos cristales. Son ellos los que nos hacen ver las cosas de una determinada forma o manera, sus colores y luminosidad nos condicionan y situaciones que tienen una realidad intrínseca se interpretan de distinta manera dependiendo del cristal a través del cual miremos. Una misma situación la podemos ver de una determinada manera en un momento de nuestra vida y de otra totalmente distinta dependiendo del cristal que elijamos para observar esa situación.  Esto nos condiciona de manera crucial...transformándonos en esclavos del cristal que elijamos en cada momento.  A veces ese cristal nos ilumina, nos indica el camino de la alegría, otras veces nos lleva por derroteros poco felices...pero al final y al cabo somos nosotros los que elegimos el cristal...el cristal no nos elige a nosotros.

Hay veces que la vida nos brinda un regalo y hace que dos cristales espejados se enfrenten naturalmente, mirándose de cerca, reflejándose íntimamente.  Ese reflejo se reproduce así de manera infinita...y en un espacio cercano que a su vez se percibe también como muy lejano, estos espejos se unen, comulgan, se besan.  La luz que reciben la reparten amorosamente de forma tal de brillar de manera conjunta, y al hacerlo generan armonía y una especial luminosidad. De la misma manera, al fundirse en imágenes eternamente proyectadas se elevan a un nivel de energía superior.  Ese juego de imágenes y luces se reproduce indefinidamente siempre y cuando estos cristales mantengan su posición, conectados y permitiendo recibir a la luz de manera conjunta...esto representa quizás la unión mas intima entre cristales.  Y esta unión cristalina se mantiene por más que los cristales giren sobre su eje...e independientemente de la velocidad con la que lo hagan...lo importante es mantener la posición enfrentada, es decir el compromiso de entrega entre ellos. 

De repente un día, un cambio de energía, generada por quien sabe qué fuente cósmica, induce a uno de estos cristales/espejos a girar 180 grados de forma tal de darle la espalda a su compañero de luz.  Con este simple movimiento la superficie del que abandonó la unión espejada se transforma en una pared oscura...inerte, sin vida, sin capacidad de reflejar la más mínima luz.  Es increíble pensar que el mismo elemento pueda presentarse de una manera tan distinta y hacerlo de una forma tan vertiginosa y caprichosa.  El espejo que aun recuerda y venera la luz que entre ambos compartían se confronta con esta pared ahora opaca...y si bien puede percibir que existe algún tipo de luz aun relacionada a ese espejo invertido, su naturaleza se percibe lejana y muerta.  Por más que haga esfuerzos por ver mas allá, por tratar de captar algo de la luz que los unía, o la luz que el espejo invertido probablemente refleje en otras direcciones, esto no es posible y mas allá de pequeños destellos, no hay nada, no hay luz...no hay vida.

La luz que entre ambos se reflejaba parecía segura, eterna...pero la dinámica de los cristales responde a otras fuerzas, y los cristales tienen la capacidad de optar por cambios de posición, a veces con definida claridad, a veces impulsados por necesidades confusas...pedirle a los cristales certeza, lo que unos llaman seguridad, es pedirles demasiado.

Estos son los cristales del desencuentro.

Bariloche 30 de enero de 2014

Friday, March 8, 2019

CUANDO UN AMIGO SE VA



Nacemos y despreocupadamente vamos creciendo, con una sensación de inmortalidad, de que uno existirá para siempre. En ese recorrido vital vamos estableciendo amistades que nos conectan, nos acompañan, de alguna manera nos constituyen, porque nuestros amigos no son otra cosa más que nuestro yo extendido. Somos parte de ellos, somos gracias a ellos; su presencia, su cariño, su calor, la conexión con ellos, nos lleva a superarnos día a día, nos lleva a ser quienes somos.

La vida es un enigma lleno de alegrías y tristezas. Y un día repentinamente y sin ninguna preparación nos enfrentamos a la muerte de ese buen amigo; ese amigo que es parte de quienes somos, que ocupa un lugar especial en nuestro corazón, en nuestro imaginario mental, es parte central de nuestro paisaje afectivo. De alguna  manera su muerte se lleva algo nuestro, morimos un poco, será que quizás nos acercamos a nuestra propia muerte? 

Resulta difícil aceptar naturalmente la muerte de un amigo y sin embargo es resultado de la misma ley de vida que nos permite nacer. La muerte de ese buen amigo nos obliga a recorrer caminos no transitados de nuestra mente, nos impulsa a reflexionar sobre nuestras prioridades, revisar nuestro presente, y ahondar en esa falsa proyección que tenemos de la vida. Vivimos como si la vida fuera para siempre, sabiendo que no será así, y en muchas ocasiones nos postergamos por un mañana que no sabemos si existirá. 
 
Ese mañana es solamente un adverbio de tiempo, pero ese adverbio nos confunde y nos hace creer que siempre habrá tiempo para todo. Que es cuestión de organizarse, planear, proyectar, y que con nuestro plan bajo el brazo habremos de cumplir con todos nuestros objetivos y deseos en tiempo y forma. De esa manera estructuramos nuestra vida y nuestras relaciones, y nos estructuramos a nosotros mismos. 

Esa creencia de que la vida es perpetua, hace que nos demos el lujo de perder el tiempo con situaciones y relaciones que absorben nuestra energía vital, y les demos una importancia desmedida. Proyectarse, soñar, pensar en el mañana es propio de nuestra naturaleza, pero la muerte es también parte de ella, y si bien no sabemos cuándo, si sabemos con certeza que habremos de partir en algún momento. Cuan distinto sería nuestro comportamiento si realmente hiciéramos carne que la vida es ahora, y que ese ahora es efímero, que es solo un soplo de aire.

Qué hacer con nuestra bendita mente y nuestro corazón cuando nos toca enfrentarnos al dolor, al desconcierto de la muerte de un buen amigo. No hay receta para eso pero la vida nos impulsa a movilizarnos, a buscar dentro nuestro, a revisar nuestras prioridades, a identificar las cosas verdaderamente importantes, y ordenar la vida, como en ese domingo de invierno donde sobra el tiempo y uno ordena el cuarto. Elegir lo que habremos de seguir usando, desprenderse de lo viejo, de lo que sabemos no nos sirve, sacar el polvo viejo acumulado, y correr las cortinas, abrir las ventanas y dejar que entre nueva luz y un renovado aire en el cuarto.

Paradójicamente, la muerte de un amigo, solidifica el recuerdo de lo vivido con esa persona, lo magnifica, lo pone en un lugar de honor, donde como protegido en una cajita de cristal habrá de permanecer vivo, fuerte, presente para siempre, es decir para “nuestro” siempre. De esta manera, nuestro cerebro empieza como loco a buscar todos esos recuerdos, todas esas charlas, esos abrazos, esas conversaciones, esos sueños compartidos, y los visita una y otra vez, casi como queriendo que la escena no pierda brillo, no pierda sus colores ni su sonido, y mantenga su original intensidad…porque esa escena vive ahora solo dentro de uno.
   
Uno también se aferra al recuerdo de su voz y de su risa, y las evoca de manera intensa casi como haciendo fuerza para que no desaparezcan dentro de la mente, que no se pierdan en los recuerdos de uno. No sé porque será pero al evocar un amigo que se fue, al evocar su figura, siempre aparece primero su sonrisa, especialmente el brillo de sus ojos, su mirada...será porque la verdadera conexión de “las gentes” es a través de la energía de las miradas?  Frente a esa pregunta, creo que una simple reflexión nos permite concluir que sin lugar a dudas, la mirada y el abrazo de un amigo son puentes de energía inigualables.

Despedir a un amigo es muy triste, especialmente cuando su partida es abrupta, temprana…pero como la muerte no es otra cosa que el reverso de la cara de la vida, no nos queda más que aceptar esa transformación y conectarnos con la energía de la amistad que tuvimos la suerte de forjar.  Esa amistad, ese amor, va mas allá de lo medible con nuestros sentidos, es energía de vida; una energía que permanece en nuestra mente, se acurruca en algún lado de nuestro corazón, y se ilumina cada vez que evocamos a ese buen amigo.
 
Siempre nos quedan las cosas que nos hubiera gustado decirle, lo que nos hubiera gustado compartir, lo que nos hubiera gustado vivir juntos…pero todo eso resulta pequeño frente a lo ya dicho, compartido, vivido. Por eso debemos agradecer a la vida que nos dio la oportunidad de conocernos, de relacionarnos, de ayudarnos a ser quienes somos…y sin lugar a dudas algún día nos volveremos a ver…de otra manera, de otra forma, quien sabe…la vida y la muerte son dos grandes enigmas.  
 
Bariloche 8 de marzo 2019


Tuesday, August 7, 2018

Vale la pena


La idea de que algo vale la pena lleva implícito que hay una pena que superar, una pena que vivir, una pena que sopesar en el contexto de una situación. Las situaciones pueden ser de diversa índole pero cuando se trata del plano emocional, el peso de un “vale la pena” se hace mayor.  Una relación amorosa donde uno tiene que sobrellevar una pena es sostenible siempre y cuando esa pena sea menor que el gozo, que la alegría de vivir que esa relación nos genera.  Ser consciente de este fino equilibrio es un gran desafío que no siempre se presenta de manera clara en la vida.

Generalmente nos embarcamos en una relación desde un inicial enamoramiento…pero ese enamoramiento tiene que ver más con nosotros, con lo que nosotros proyectamos en esa nueva persona, las cosas que queremos, que nos gustaría esa persona tuviera, fuera o nos devolviera.  Es un momento mágico pero breve…la verdadera naturaleza de una relación se manifiesta luego con la aparición del verdadero amor. Ese amor tiene que ser una construcción de a dos, donde los dos crean en que es posible amar, donde cada uno levante sus velos personales y demuestre su verdadera naturaleza, desde la honestidad y transparencia de sentimientos y desde un deseo legitimo de exponerse a una relación fundada en el amor.  Porque por supuesto todo inicio de relación es como una ruleta, un juego de azar…donde la certeza no existe…pero este juego llama a apostar a todo o nada si uno realmente quiere ganar, vivir a pleno…sino de otra manera uno podrá sostenerse en el juego pero nunca habrá de ganar el gran premio…siempre tendrá que contentarse con pequeñas ganancias, sinónimo de una vida amorosa opaca.  Por eso, si uno quiere un amor verdadero, tiene que jugársela, tiene que apostar por ello, no hay medias tintas.

La vida nos lleva por diversos caminos y en muchas ocasiones nos entregamos a un amor de a dos, donde todas las señales son correctas, donde creemos que hemos elegido bien, donde nos comprometemos de por vida.  Grande resulta la sorpresa cuando de repente toda esa construcción se desvanece en un abrir y cerrar de ojos.  ¿Habíamos elegido bien?   Muchas veces resulta difícil llegar a una conclusión definitiva.  Esto tiene que ver con que por lo general nuestras decisiones estaban basadas en una experiencia y elementos que claramente nos indicaban que la decisión era correcta.  Resulta probable que muchos de esos elementos luego se modifiquen como se transforma con el tiempo la persona amada…somos seres en movimiento…la vida se mueve, nuestras emociones se mueven, nuestros deseos se mueven….difícil saber si era lo correcto, difícil estar seguro que uno no volverá a elegir “erradamente”…quizás no tenga sentido enfrascarse en esa pregunta y sea más sabio ser fiel a uno mismo y sostenerse en como uno percibe la vida, al fin y al cabo es nuestra vida.

Fieles a nuestros deseos de encontrar ese verdadero amor de repente nos encontramos inmersos en una nueva relación en la cual decidimos creer, apostar, soltarle las riendas a nuestro corazón dado que es la única manera en que concebimos nuestra existencia.  Nuevamente el gran desafío es haber encontrado a una persona que coincida en ese proyecto de a dos…sin titubeos, con decisión, creyendo en que la construcción de un nosotros es posible.  A veces no resulta claro el camino y uno desconoce si esa nueva persona está realmente decidida a compartir un camino codo a codo.  Así hay momentos donde las cosas se encauzan y parece que esto es posible.  Estos son los momentos de profundo gozo, los que hacen que uno crea que la vida te sonríe, y donde te invade una sensación de renovada juventud.  Sin embargo en muchos casos luego vienen esos momentos grises, confusos, donde uno se plantea la pregunta ¿vale la pena? porque esa pena duele, paraliza, nos entristece…a veces con la misma o mayor intensidad que ese gozo profundo que nos hace sentir vivos, plenos.  

La trampa es que en muchas ocasiones las señales son confusas…y la promesa de disfrutar nuevamente de esos momentos de plenitud actúa como un motor que nos impulsa a seguir, a fortalecer nuestro compromiso con el amor, a redoblar la apuesta, desde la ingenuidad de creer que al hacerlo aumentarán nuestras posibilidades de llegar a un puerto donde el amor correspondido nos dé la paz que tanto anhelamos.  En el camino sufrimos, reímos, lloramos, besamos, hacemos el amor, disfrutamos y nos aferramos a ese amor que tanto nos hace sentir vivos.  La resiliencia que desarrollamos en la vida sin lugar a dudas  nos ayuda a sostener los momentos de crisis, y a veces sin encontrar una explicación del como, nos valemos de una energía que surge desde nuestro deseo más profundo que nos mantiene a flote, nos permite sostener esa complicada relación.  El miedo y el deseo sin lugar a dudas son los grandes motores de las pasiones humanas.

Pero un día la respuesta a la pregunta de si “vale la pena” se presenta más clara que lo normal y nos damos cuenta que ya no existe un balance sano en la relación que transitamos…que los momentos de pena son mayores, más profundos, con mayor frecuencia, que nos hacen daño de especial manera…que hagamos lo que hagamos la situación no se modifica…que no está en nuestras manos lograr alcanzar ese anhelado equilibrio emocional…un balance que solo es posible cuando hay una entrega por parte de ambos miembros de una pareja…un deseo de creer en el amor, las ganas de sostener un nosotros amoroso…cuando eso no existe, mientras más ponemos en esa relación, mayor es la pena…y la angustia de la incertidumbre se transforma en una daga filosa que nos penetra…generando ese jodido vacío en el estómago.  Es allí cuando resulta bien claro que el único camino es salir, dejar atrás ese amor, ese deseo, y sostener el dolor de la pérdida, atravesar el largo túnel del duelo…hasta que una vez más lleguemos al otro extremo de ese túnel donde brilla el sol y donde creer en el amor vuelva a tener sentido, nos empuje nuevamente hacia la vida. 

La vida solo se mueve hacia adelante…no hay otra dirección…así que no hay otra opción más que avanzar.

Por eso la pregunta ¿vale la pena? cuando del plano emocional se trata es tan importante aunque no siempre nos resulte claro saber si ese fino equilibrio habrá finalmente de sostenernos en el amor o hundirnos en la pena.  Lo que sí está claro es que uno nunca debe perder su centro y entregar su dignidad…esta última no es negociable.

Bariloche, Agosto 2018


Los Cristales del Desencuentro

Un escrito de hace un par de años que mantiene su vigencia... Existen distintos cristales, diversos son los colores, los hay lisos, ...