Un escrito de hace un par de años que mantiene su
vigencia...
Existen
distintos cristales, diversos son los colores, los hay lisos, rugosos, bañados
de filigrana, esmerilados, duros, frágiles, luminosos, opacos y también
espejados.
La
vida se manifiesta como una constante dinámica de interacciones entre estos
cristales. Son ellos los que nos hacen ver las cosas de una determinada forma o
manera, sus colores y luminosidad nos condicionan y situaciones que tienen una
realidad intrínseca se interpretan de distinta manera dependiendo del cristal a
través del cual miremos. Una misma situación la podemos ver de una determinada
manera en un momento de nuestra vida y de otra totalmente distinta dependiendo
del cristal que elijamos para observar esa situación. Esto nos
condiciona de manera crucial...transformándonos en esclavos del cristal que
elijamos en cada momento. A veces ese cristal nos ilumina, nos
indica el camino de la alegría, otras veces nos lleva por derroteros poco
felices...pero al final y al cabo somos nosotros los que elegimos el
cristal...el cristal no nos elige a nosotros.
Hay veces que la vida nos brinda un regalo y
hace que dos cristales espejados se enfrenten naturalmente, mirándose de cerca,
reflejándose íntimamente. Ese reflejo se reproduce así de manera
infinita...y en un espacio cercano que a su vez se percibe también como muy
lejano, estos espejos se unen, comulgan, se besan. La luz que
reciben la reparten amorosamente de forma tal de brillar de manera conjunta, y
al hacerlo generan armonía y una especial luminosidad. De la misma manera, al
fundirse en imágenes eternamente proyectadas se elevan a un nivel de energía
superior. Ese juego de imágenes y luces se reproduce indefinidamente
siempre y cuando estos cristales mantengan su posición, conectados y
permitiendo recibir a la luz de manera conjunta...esto representa quizás la
unión mas intima entre cristales. Y esta unión cristalina se
mantiene por más que los cristales giren sobre su eje...e independientemente de
la velocidad con la que lo hagan...lo importante es mantener la posición
enfrentada, es decir el compromiso de entrega entre ellos.
De repente un día, un cambio de energía,
generada por quien sabe qué fuente cósmica, induce a uno de estos
cristales/espejos a girar 180 grados de forma tal de darle la espalda a su
compañero de luz. Con este simple movimiento la superficie del que
abandonó la unión espejada se transforma en una pared oscura...inerte, sin
vida, sin capacidad de reflejar la más mínima luz. Es increíble
pensar que el mismo elemento pueda presentarse de una manera tan distinta y
hacerlo de una forma tan vertiginosa y caprichosa. El espejo que aun
recuerda y venera la luz que entre ambos compartían se confronta con esta pared
ahora opaca...y si bien puede percibir que existe algún tipo de luz aun
relacionada a ese espejo invertido, su naturaleza se percibe lejana y
muerta. Por más que haga esfuerzos por ver mas allá, por tratar de
captar algo de la luz que los unía, o la luz que el espejo invertido
probablemente refleje en otras direcciones, esto no es posible y mas allá de pequeños
destellos, no hay nada, no hay luz...no hay vida.
La luz que entre ambos se reflejaba parecía
segura, eterna...pero la dinámica de los cristales responde a otras fuerzas, y
los cristales tienen la capacidad de optar por cambios de posición, a veces con
definida claridad, a veces impulsados por necesidades confusas...pedirle a los
cristales certeza, lo que unos llaman seguridad, es pedirles demasiado.
Estos son los cristales del desencuentro.
Bariloche 30 de enero de 2014